Neoclasicismo: Andrés Bello

Neoclasicismo

En Latinoamérica, el neoclasicismo predominó durante los siglos XVIII y principios del XIX. Surgió como una respuesta al barroco colonial y a las luchas de independencia. Sus características fueron:
1.     Rescató la antigüedad clásica y la civilización grecorromana.
2.      Estuvo en contra del barroco.
3.      Rechazó los dogmas religiosos.
4.      En su literatura predominó la razón sobre las emociones.
5.      Fueron patriotas y apoyaron los movimientos de independencia.
6.      Revalorizaron lo indígena y lo latinoamericano.
7.      Tuvieron una intención didáctica.
8.      Les entusiasmó la naturaleza.
9.      Promovieron el desarrollo científico-técnico y la educación.
Los resultados del trabajo de los intelectuales neoclásicos latinoamericanos fueron:
10.  El arte fue más accesible y tuvo menos pretensiones.
11.  La literatura estuvo dirigida a un público más amplio.
12.  La literatura fue usada como un instrumento social de transformación.

De la lectura anterior conteste las siguientes preguntas.

1. ¿En qué siglos predominó el neoclasicismo latinoamericano?
2. ¿A qué respondió el Neoclasicismo?
3. ¿Cuáles son las características del neoclasicismo?




Andrés Bello (1781-1865)

Andrés Bello fue un poeta neorromántico nacido en Venezuela, formado en Europa y radicado en Chile en donde desarrolló gran parte de su obra intelectual. En este país sudamericano colaboró en la fundación de la universidad y en la elaboración del Código Civil.
Bello criticó las deformaciones del español, los arcaísmos y los neologismos deformantes y combatió la vulgarización del idioma, específicamente en Chile. Estuvo de acuerdo con la introducción de nuevas palabras y conceptos en el idioma español venidos del desarrollo de la ciencia, pero rechazó los neologismos innecesarios provenientes de lo que llamó la incultura. Dio la bienvenida a aquellas palabras nuevas propuestas por la gente que consideró culta.  No es suficiente saber gramática—decía—también es fundamental la lectura. En este sentido combatió la ignorancia.
Las ideas de este pensador y poeta fueron influidas por la Ilustración y por pensadores como Hume, Berkeley, Virgilio y Horacio. Dedicó su tiempo en poetizar el tema de la libertad y la unidad latinoamericana.

Actividades de pre-lectura.
Antes de iniciar la lectura de los siguientes poemas contesta las siguientes preguntas.
1. ¿Define un soneto?
2. Por el título de los siguientes sonetos de Andrés Bello ¿de qué crees que tratarán los poemas?
3. Has una revisión rápida de los poemas y subraya el nuevo vocabulario.
4. Has una lista con las nuevas palabras y defínelas.
5. Ahora subraya los cognados. ¿Cuántos encontraste?
6. Escribe oraciones con las siguientes palabras:  destinado, sempiterno, duelo, consuelo, mezquino, embeber, irrevocable, huida, funesto, picadillo, compungido.

Sonetos

Y posible será que destinado
¿Y posible será que destinado
 he de vivir en sempiterno duelo,  
 lejos del suelo hermoso, el caro suelo 
 do a la primera luz abrí los ojos?

Cuántas, ¡ah!, cuántas veces dando   
 aunque breve a mi dolor consuelo,  
 oh montes, oh colinas, oh praderas,  
 amada sombra de la patria mía.  

Orillas del Anauco placenteras,  
 escenas de la edad encantadora, 
 que ya de mí, huyeron por mezquino,  

huyó con presta irrevocable huida;  
 y toda en contemplarnos embebida  
 se goza el alma, a par que pena y llora.





Dios me tenga en gloria
A la falsa noticia de la muerte de Mac-Gregor. 
Lleno de susto un pobre cabecilla
leyendo estaba en oficial gaceta,
cómo ya no hay lugar que no someta
el poder invencible de Castilla.

De insurgentes no queda ni semilla;
a todos destripó la bayoneta,
y el funesto catálogo completa
su propio nombre en letra bastardilla.

De cómo fue batido, preso y muerto,
y cómo me le hicieron picadillo,
dos y tres veces repasó la historia;

Tanto, que, al fin, teniéndolo por cierto,
exclamó compungido el pobrecillo:
-¿Conque es así? -Pues Dios me tenga en gloria.






A un artista
Nunca más bella iluminó la aurora
de los montes el ápice eminente
ni el aura suspiró más blandamente,
ni más rica esmaltó los campos Flora.

Cuanta riqueza y galas atesora,
hoy la Naturaleza hace patente,
tributando homenaje reverente
a la deidad que el corazón adora.

¿Quién no escucha la célica armonía
que con alegre estrépito resuena
del abrasador sur al frío norte?

¡Oh Juana! Gritan todos a porfía;
jamás la Parca triste, de ira llena,
de tu preciosa vida el hilo corte.

Y posible será que destinado
¿Y posible será que destinado
he de vivir en sempiterno duelo,
lejos del suelo hermoso, el caro suelo
do a la primera luz abrí los ojos?

Cuántas, ¡ah!, cuántas veces dando
auque breve a mi dolor consuelo,
oh montes, oh colinas, oh praderas,
amada sombra de la patria mía.

Orillas del Anauco placenteras,
escenas de la edad encantadora,
que ya de mí, huyeron por mezquino,


huyó con presta irrevocable huida;
y toda en contemplarnos embebida
se goza el alma, a par que pena y llora.


Mis deseos
Sabes, rubia, ¿qué gracia solicito
cuando de ofrenda cubro los altares?
No ricos muebles, no soberbios lares,
ni una mesa que adule al apetito.


De Aragua a las orillas un distrito
que me tribute fáciles manjares,
do vecino a mis rústicos hogares
entre peñascos corra un arroyito.


Para acogerme en el calor estivo,
que tenga un arboleda también quiero,
do crezca junto al sauce el coco altivo.


¡Felice yo si en este albergue muero,
y al exhalar mi aliento fugitivo,
sello en tus labios el adiós postrero!



Ensayo
Las repúblicas hispanoamericanas: Autonomía cultural (1836)

El aspecto de un dilatado continente que aparecía en el mundo político, emancipado de sus antiguos dominadores, y agregando de un golpe nuevos miembros a la gran sociedad de las naciones, excitó a la vez el entusiasmo de los amantes de los principios, el temor de los enemigos de la libertad, que veían el carácter distintivo de las instituciones que América escogía, y la curiosidad de los hombres de Estado. Europa, recién convalecida del trastorno en que la revolución francesa puso a casi todas las monarquías, encontró en la revolución de América del Sur un espectáculo semejante al que poco antes de los tumultos de París había fijado sus ojos en la del Norte, pero más grandioso todavía, porque la emancipación de las colonias inglesas no fue sino el principio del gran poder que iba a elevarse de este lado de los mares, y la de las colonias españolas debe considerarse como su complemento.
Un acontecimiento tan importante, y que fija una era tan marcada en la historia del mundo político, ocupó la atención de todos los Gabinetes y los cálculos de todos los pensadores. No ha faltado quien crea que un considerable número de naciones colocadas en un vasto continente, e identificadas en instituciones y en origen, y a excepción de los Estados Unidos, en costumbres y religión, formarán con el tiempo un cuerpo respetable, que equilibre la política europea y que, por el aumento de riqueza y de población y por todos los bienes sociales que deben gozar a la sombra de sus leyes, den también, con el ejemplo, distinto curso a los principios gubernativos del Antiguo Continente. Mas pocos han dejado de presagiar que, para llegar a este término lisonjero, teníamos que marchar por una senda erizada de espinas y regada de sangre; que nuestra inexperiencia en la ciencia de gobernar había de producir frecuentes oscilaciones en nuestros Estados; y que mientras la sucesión de generaciones no hiciese olvidar los vicios y resabios del coloniaje, no podríamos divisar los primeros rayos de prosperidad.
Otros, por el contrario, nos han negado hasta la posibilidad de adquirir una existencia propia a la sombra de instituciones libres que han creído enteramente opuestas a todos los elementos que pueden constituir los Gobiernos hispanoamericanos. Según ellos, los principios representativos, que tan feliz aplicación han tenido en los Estados Unidos, y que han hecho de los establecimientos ingleses una gran nación que aumenta diariamente en poder, en industria, en comercio y en población, no podían producir el mismo resultado en la América española. La situación de unos y otros pueblos al tiempo de adquirir su independencia era esencialmente distinta: los unos tenían las propiedades divididas, se puede decir, con igualdad, los otros veían la propiedad acumulada en pocas manos. Los unos estaban acostumbrados al ejercicio de grandes derechos políticos al paso que los otros no los habían gozado, ni aun tenían idea de su importancia. Los unos pudieron dar a los principios liberales toda la latitud de que hoy gozan, y los otros, aunque emancipados de España, tenían en su seno una clase numerosa e influyente, con cuyos intereses chocaban. Estos han sido los principales motivos, porque han afectado desesperar de la consolidación de nuestros Gobiernos los enemigos de nuestra independencia.
En efecto, formar constituciones políticas más o menos plausibles, equilibrar ingeniosamente los poderes, proclamar garantías y hacer ostentaciones de principios liberales, son cosas bastante fáciles en el estado de adelantamiento a que ha llegado en nuestros tiempos la ciencia social. Pero conocer a fondo la índole y las necesidades de los pueblos a quienes debe aplicarse la legislación, desconfiar de las seducciones de brillantes teorías, escuchar con atención e imparcialidad la voz de la experiencia, sacrificar al bien público opiniones queridas, no es lo más común en la infancia de las naciones y en crisis en que una gran transición política, como la nuestra, inflama todos los espíritus. Instituciones que en la teoría parecen dignas de la más alta admiración, por hallarse en conformidad con los principios establecidos por los más ilustres publicistas, encuentran, para su observancia, obstáculos invencibles en la práctica; serán quizá las mejores que pueda dictar el estudio de la política en general, pero no, como las que Solón formó para Atenas, las mejores que se pueden dar a un pueblo determinado. La ciencia de la legislación, poco estudiada entre nosotros cuando no teníamos una parte activa en el gobierno de nuestros países, no podía adquirir desde el principio de nuestra emancipación todo el cultivo necesario, para que los legisladores americanos hiciesen de ella meditadas, juiciosas y exactas aplicaciones, y adoptasen, para la formación de las nuevas constituciones, una norma más segura que la que pueden presentarnos máximas abstracciones y reglas generales.
Estas ideas son plausibles; pero su exageración sería más funesta para nosotros que el mismo frenesí revolucionario. Esa política asustadiza y pusilánime desdoraría al patriotismo americano; y ciertamente está en oposición con aquella osadía generosa que le puso las armas en la mano, para esgrimirlas contra la tiranía. Reconociendo la necesidad de adaptar las formas gubernativas a las localidades, costumbres y caracteres nacionales, no por eso debemos creer que nos es negado vivir bajo el amparo de instituciones libres y naturalizar en nuestro suelo las saludables garantías que aseguran la libertad, patrimonio de toda sociedad humana que merezca nombre de tal. En América, el estado de desasosiego y vacilación que ha podido asustar a los amigos de la humanidad es puramente transitorio. Cualesquiera que fuesen las circunstancias que acompañasen a la adquisición de nuestra independencia, debió pensarse que el tiempo y la experiencia irían rectificando los errores, la observación descubriendo las inclinaciones, las costumbres y el carácter de nuestros pueblos, y la prudencia combinando todos estos elementos, para formar con ellos la base de nuestra organización. Obstáculos que parecen invencibles desaparecerán gradualmente: los principios tutelares, sin alterarse en la sustancia, recibirán en sus formas externas las modificaciones necesarias, para acomodarse a la posición peculiar de cada pueblo; y tendremos constituciones estables, que afiancen la libertad e independencia, al mismo tiempo que el orden y la tranquilidad, a cuya sombra podamos consolidarnos y engrandecernos. Por mucho que se exagere la oposición de nuestro estado social con algunas de las instituciones de los pueblos libres, ¿se podrá nunca imaginar un fenómeno más raro que el que ofrecen los mismos Estados Unidos en la vasta libertad que constituye el fundamento de su sistema político y en la esclavitud en que gimen casi dos millones de negros bajo el azote de crueles propietarios? Y sin embargo, aquella nación está constituida y próspera.
Entre tanto, nada más natural que sufrir las calamidades que afectan a los pueblos en los primeros ensayos de la carrera política; mas ellas tendrán término, y América desempeñará en el mundo el papel distinguido a que la llaman la grande extensión de su territorio, las preciosas y variadas producciones de su suelo y tantos elementos de prosperidad que encierra.
Durante este período de transición, es verdaderamente satisfactorio para los habitantes de Chile ver que se goza en esta parte de América una época de paz que, ya se deba a nuestras instituciones, ya al espíritu de orden que distingue el carácter nacional, ya a las lecciones de pasadas desgracias, ha alejado de nosotros escenas de horror que han afligido a otras secciones del continente americano. En Chile están armados los pueblos por la ley; pero hasta ahora esas armas no han servido sino para sostener el orden y el goce de los más preciosos bienes sociales; y esta consoladora observación aumenta en importancia al fijar nuestra vista en las presentes circunstancias, en que se ocupa la nación en las elecciones para la primera magistratura. Las tempestuosas agitaciones que suelen acompañar a estas crisis políticas no turban nuestra quietud; los odios duermen; las pasiones no se disputan el terreno; la circunspección y la prudencia acompañan al ejercicio de la parte más interesante de los derechos políticos. Sin embargo, estas mismas consideraciones causan el desaliento y tal vez la desesperación de otros. Querrían que este acto fuese solemnizado con tumultos populares, que le presidiese todo género de desenfreno, que se pusiesen en peligro el orden y las más caras garantías... ¡Oh!, ¡nunca lleguen a verificarse en Chile estos deseos!